Recordando al Joe

Joe

Joe

Antes de casarme siempre tuve perritos. Siempre. Rottweiler, french poodle (Manchitas vivió 19 años), una labrador y varios más de los que la les contaré en otra ocasión.

Si has tenido una vida rodeada de perros, es difícil estar sin perros. Cuando me casé me topé con que a mi esposo no le gustaban. No era porque le dieran asco o algo por el estilo, sino porque, como le debe pasar a muchas personas, nunca había experimentado el amor de una mascota.

Eventualmente llegó a nosotros Joe, un schnauzer de 5 años. Él era el mejor perro que uno puede imaginar, nunca se hacía pipí adentro de la casa, jamás ladraba ni hacía travesuras. En fin, era súper tranquilo, un perro modelo.

Joe fue mi experimento con mi esposo. Quizá no lo amó, pero lo toleró muy bien y al final hasta le caía bien. Gracias a Joe mi esposo se convenció de que adoptáramos a Balty. 

Joe y Balty, tomando el sol

Joe y Balty, tomando el sol

Aproximadamente una semana después de la llegada de Balty, mi mamá le sintió una pelotita en el cuello a Joe. Al día siguiente lo llevamos al veterinario y nos dijo que era un ganglio inflamado, seguramente por una infección. Hicimos el tratamiento de antibióticos y la inflamación se redujo. Según nosotros, todo estaba en orden.

A la semana siguiente, ¡puff! ¡de la nada la bola de nuevo! Esta vez lo llevamos con otra veterinaria. Ella nos recomendó hacer una punción (un procedimiento en el que se extrae líquido del ganglio con una aguja para enviarlo a estudio patológico), pues encontró otra pelotita cerca de la ingle, lo cual no era una buena señal.

Joe, con sombrero.

Joe, con sombrero.

Unos días después llegaron los resultados... CÁNCER. Joe tenía solo un año y medio de estar conmigo. Lloré todo el camino de regreso a mi casa. Fue un golpe muy fuerte. Hicimos una serie de exámenes con los que descubrimos que tenía más de 20 tumores por todo el sistema linfático. Era demasiado tarde. No había nada que hacer más que procurar darle la mejor calidad de vida.

Nunca he consentido tanto a un perro cómo lo consentí a él por los esos últimos dos meses (¡hasta comió pizza y pastel!). Como no podía comer concentrado yo le cocinaba todo, arroz, hígado, corazón de res y demás (así nacieron los pasteles), el tumor en su cuello le dificultaba comer y respirar. Recuerdo que lo reconfortaba mucho tomar duchas calientes.

El día que temíamos se estaba acercando. El sufrimiento empezó a ser insoportable. 

Finalmente llegó el último día de su vida. Ese día comió helado, su comida favorita. Le dimos una banana split de chocolate, vainilla y fresa. Compartió un poco ─muy poco─ con Balty y Tencho (Tencho tenía un poco más de una semana de haber llegado).

No me arrepiento de no haberlo puesto a dormir inmediatamente después de conocer que moriría por el cáncer. Nos dimos la oportunidad de disfrutar el tiempo juntos. Fuimos a Jalapa (ya les contaré esa historia), comimos de todo y aprendimos muchísimo juntos. 

Joe era todo un personaje y lo extraño mucho. En buena medida fue mi inspiración para arrancar GuauBox. Pero lo que más valoro de él es que le demostró a varias personas (entre ellas a mi esposo) que los perros pueden ser criaturas muy amorosos y divertidas. Para nosotros, fue lo que le hacía falta a nuestra pequeña familia.